Comentario
En la mentalidad española, al igual que en el resto de los países occidentales, se ha cristalizado la consideración de la necesidad de la formación superior. Tanto la sociedad en su conjunto como las personas individualmente, ven en la mejora del capital humano uno de los factores claves para adaptarse a un mundo que se transforma rápidamente y para afrontar los restos del alto nivel competitivo de los trabajos. Las personas inviertan en educación superior con el objetivo de obtener en el futuro una rentabilidad en términos de un empleo mejor remunerado.
Por otro lado, el aumento del nivel de renta de la población favoreció la demanda de educación a la que se puede optar como un bien normal y no ya como algo excepcional. A medida que los niveles de desarrollo económico han mejorado, las tasas de escolarización en las etapas posteriores a las obligatorias han experimentado un crecimiento paralelo. Si la bonanza económica ha generado la necesidad de proveerse de una mayor cualificación para incorporarse al mercado laboral, cabe preguntarse cómo ha incidido el aumento del paro que ha ido conociendo el país desde el inicio de la democracia. Ciertamente, en ocasiones ha provocado el descenso de matriculación en los estudios universitarios, dadas las escasas posibilidades de empleo. Pero por otro lado, la respuesta mayoritaria ha sido la contraria. La falta de expectativa laboral ha llevado a continuar con los estudios para mejorar la cualificación y por lo tanto la competitividad o se ha tomado como un momento de espera mientras la situación laboral se presentara más favorable.